domingo, 11 de enero de 2009
LA NAVIDAD DE ENTONCES Y LA DE HOY
Christmas then and Christmas now, The Theosophist, Vol. I, No. 3,
Diciembre, 1879, pp. 58-59
H.P. Blavatsky
Estamos alcanzando la época del año en que todo el mundo cristiano se está preparando para celebrar la más notable de sus solemnidades, el nacimiento del Fundador de su religión. Cuando este artículo llegue a sus suscriptores occidentales habrá festividad y regocijo en cada casa. En Europa Noroccidental y en Estados Unidos el acebo y la hiedra decorarán cada hogar y las iglesias estarán cubiertas con siemprevivas, una costumbre derivada de las antiguas prácticas de los druidas paganos “cuyos espíritus silvestres podían reunirse en las siemprevivas y permanecer intocados por la helada hasta una estación más templada”. En los países católicos romanos grandes multitudes se reúnen durante toda la tarde y la noche de la “Víspera de Navidad” en las iglesias, saludan imágenes de cera del Divino Niño y de su Madre Virgen, en su atavío de “Reina del Cielo”. Para una mente analítica, este desafío de rico oro y encaje, bordado de perlas, satén, terciopelo, y la cuna enjoyada, parecerá bastante paradójico. Cuando uno piensa en el pobre, carcomido, sucio pesebre de la posada judía en que, si damos crédito al Evangelio, el futuro “Redentor” fue colocado en su nacimiento por carecer de un refugio mejor, no podemos dejar de sospechar que, ante los ojos deslumbrados del sencillo devoto, el establo de Belén desaparece completamente. Para ponerlo en términos suaves, esta llamativa exhibición parece inapropiada de los sentimientos democráticos y el desprecio realmente divino por las riquezas del “Hijo del Hombre” quien no tenía “en donde apoyar su cabeza”. Se vuelve más difícil para el cristiano medio considerar la declaración explícita de que “es más fácil para un camello pasar a través del ojo de una aguja, que para un hombre rico entrar en el reino de los cielos”, como cualquier otra cosa que una amenaza retórica. La Iglesia Romana actuaba sabiamente al prohibir con severidad a sus feligreses leer o interpretar por sí mismos los Evangelios y dejando al Libro, imaginando que esto fuese posible, proclamar sus verdades en latín –“la voz que clama en el desierto.” En esto ha seguido a la sabiduría de las edades, la sabiduría de los antiguos arios quienes también son “justificados por sus niños”; pues, como ni el moderno devoto hindú entiende una palabra del sánscrito, ni el moderno parsi una sílaba del zend, así para el católico medio el latín no es más que jeroglíficos. El resultado es que los tres –el alto sacerdote brahmánico, el mobed zoroastriano, y el pontífice católico-, tienen ilimitadas oportunidades para desarrollar nuevos dogmas religiosos salidos de las profundidades de sus propias suposiciones, para beneficio de sus respectivas iglesias.
Para anunciar este gran día se hacen repicar alegremente las campanas a la medianoche, a través de Inglaterra y del continente. En Francia e Italia, después de la celebración de la Misa en iglesias magníficamente decoradas, “es habitual que los festejantes participen de una colación (réveillon) para que puedan soportar mejor la fatiga de la noche”, dice un libro que trata de los ceremoniales de la iglesia papista. Esta noche de ayuno cristiano recuerda a uno uno el Sivarâtri de los seguidores del dios Siva, - el gran día de tristeza y ayuno, en el undécimo mes del año hindú. Solamente en este último la larga noche de vigilia es precedida y seguida por un estricto y rígido ayuno. Nada de réveillons ni compromisos para ellos. En verdad, ellos son los perversos “paganos” y por lo tanto su camino hacia la salvación debe ser diez veces más duro.
Aunque ahora es universalmente observado por las naciones cristianas como el aniversario del nacimiento de Jesús, el 25 de diciembre no era originalmente aceptado como tal. De los más móviles entre los días festivos cristianos, durante las primeras centurias, la Navidad era frecuentemente confundida con la Epifanía, y celebrada en los meses de abril y mayo. Como nunca existió algún registro auténtico, o prueba de su identificación, tanto en la historia secular como en la eclesiástica, la selección de aquel día permaneció durante mucho tiempo siendo opcional, y fue solamente durante el cuarto siglo que, impulsado por Cirilo de Jerusalén, el Papa (Julio I) ordenó a los obispos que hicieran una investigación, y así es como finalmente se llegó a un cierto acuerdo sobre la fecha presumible de la natividad de Cristo. ¡Su opción recayó en el 25 de diciembre, y desde entonces se ha probado que ha sido la más desafortunada elección! Fue Dupuis, seguido por Volney, quienes asestaron los primeros golpes a este natalicio. Probaron que durante incalculables períodos antes de nuestra era, basados en datos astronómicos muy claros, casi todos los pueblos antiguos habían celebrado el nacimiento de sus dioses solares en ese mismo día. “Dupois dice que el signo celestial de la VIRGEN Y EL NIÑO existía desde varios millares de años antes del nacimiento de Cristo” –comenta Higgins en su Anacalypsis[1]. Como Dupois, Volney y Higgins pasaron todos a la posteridad como infieles y enemigos del Cristianismo, y bien podemos citar también, en esta relación, las confesiones del obispo cristiano de Ratisbona, “el hombre más instruido que produjo la Edad Media” –el dominico Alberto El Magno. “La señal de la virgen celestial se eleva sobre el horizonte en el momento en el cual fijamos el nacimiento del señor Jesucristo”, afirma[2]. También Adonis, Baco, Osiris, Apolo, etc., nacieron todos el 25 de diciembre. La Navidad llega en el momento del solsticio de invierno; los días entonces son más cortos, y es mayor la Oscuridad sobre la faz de la tierra. Se creía que todos los dioses solares nacían anualmente en esta época, porque desde ese momento en adelante la Luz disipaba cada vez más la oscuridad a medida que se sucedían los días, y el poder del Sol comenzaba a aumentar.
De este modo puede ser que, las festividades de Navidad que fueron llevadas a cabo por los cristianos durante casi quince siglos, hayan tenido un carácter particularmente pagano. Incluso, tememos que las actuales ceremonias de la Iglesia difícilmente puedan escapar al reproche de estar copiadas casi literalmente de los misterios de Egipto y Grecia, realizadas en honor de Osiris y Horus, Apolo y Baco. Tanto Isis como Ceres fueron llamadas “Vírgenes Santas” y un NIÑO DIVINO puede ser encontrado en cada religión “pagana”.
Ahora dibujaremos dos cuadros de Feliz Navidad; uno que retrata los “buenos viejos tiempos”, y otro, el estado presente de la adoración cristiana. Desde los primeros días de su establecimiento como Navidad, el día fue considerado desde la doble óptica de una sagrada conmemoración y de una festividad más alegre: fue igualmente determinada como de devoción, mérito y significado desmesurados. “Entre los divertimentos de la estación navideña estaban los banquetes denominados de tontos y de asnos, grotesca saturnalia, que eran designadas las ‘liberalidades de diciembre’, en que todo aquello que fuese serio era satirizado, el orden de la sociedad subvertido, y sus decencias ridiculizadas.” –dice un compilador de antiguas crónicas. “Durante la Edad Media fue célebre por el espectáculo fantásticamente alegre de los misterios dramáticos ejecutados por personajes con máscaras grotescas y trajes singulares. El show era usualmente representado por un niño en una cuna, rodeado por la Virgen María y San José, por cabezas de toros, querubines, Magos de Oriente (los Mobeds de antaño) y múltiples ornamentos.” La costumbre de entonar cánticos navideños, llamados carolas, era para recordar las canciones de los pastores en la natividad. “Los obispos y el clero se unían a menudo al populacho al entonar carolas, y las canciones eran estimuladas por danzas, y por la música de tambores, guitarras, violines y órganos…” Podemos constatar que aún en los tiempos presentes, durante los días que preceden la Navidad, tales misterios están siendo representados por marionetas y muñecos, en el sur de Rusia, Polonia y Galicia, siendo conocidas como el Koliadovki. En Italia, los trovadores calabreses descienden de sus montañas hacia Nápoles y Roma, y se aglomeran en las capillas de la Virgen María, alegrándolas con su música salvaje.
En Inglaterra, los festejos iniciaban usualmente en la víspera de la Navidad y continuaban frecuentemente hasta la Fiesta de las Candelas (2 de febrero) siendo cada día feriado hasta la décima segunda noche (6 de enero). En las casas de los grandes nobles era designado un “señor de la confusión”, o “abad de la locura”, cuyo deber era hacer el papel de bufón. “La despensa era llenada con capones, gallinas, pavos, gansos, patos, carne de vaca, cordero, cerdo, tortas, pasteles, nueces, ciruelas, azúcar y miel.” … “Un fuego intenso, hecho de grandes troncos, el principal de los cuales era designado ‘tronco de Yule’, o bloque de Navidad, el que podía arder hasta la víspera de la Fiesta de las Candelas, resguardaba del frío del exterior; y la abundancia era compartida por los súbditos del señorío en medio de la música, conjuros, enigmas, berberechos calientes, bromas de campo, chanzas, risas, juergas, juegos de prendas y danzas.”
En nuestros tiempos modernos, los obispos y los clérigos no se mezclan más con el populacho en carolas y danzas abiertas; y las fiestas de “tontos y asnos” son realizadas más en la sagrada privacidad que a la vista de los peligrosos reporteros de ojos agudos. Con todo, las festividades destinadas al comer y al beber se preservan a través del mundo cristiano; y, más muertes súbitas son causadas sin duda alguna por la glotonería y la intemperancia durante las fiestas de Navidad y Pascua, que en cualquier otro momento del año. Aun así, la adoración cristiana se torna cada año más y más un falso pretexto. La insensatez de este palabrerío fue denunciada innumerables veces, pero nunca, pensamos, con un toque más pleno de realismo que en un encantador cuento de ensueños que apareció en el diario New York Herald en la última Navidad: un viejo hombre, mientras presidía una reunión pública, dijo que aprovecharía la oportunidad para comentar una visión de que fuera testigo la noche anterior.
…El visualizó que se encontraba en el púlpito de la catedral más deslumbrante y magnífica que hubiese tenido oportunidad de ver. Ante él estaban el padre o pastor de la iglesia, y a su lado un ángel con una tableta y un lápiz en sus manos, cuya misión era hacer el registro de todo acto de adoración u oración que aconteciera en su presencia y que ascenderían como una ofrenda aceptable al trono de Dios. Cada uno de los bancos estaba ocupado con adoradores de ambos sexos ricamente ataviados. La música más sublime que jamás haya descendido sobre su embelesado oído llenó el aire con su melodía. Transcurrió todo el bello ritual del servicio de la Iglesia, inclusive un enaltecedor y elocuente sermón del talentoso ministro ya había acontecido, a costa de mucho sudor, ¡y el ángel registrador no había hecho aún ninguna anotación en su tableta! La congregación ya se despedía, dispensada por el pastor con una prolongada y bella oración, seguida por una bendición, ¡y el ángel aún no anotaba siquiera un signo!
...Siendo aun observado por el ángel, el orador dejó el salón por la puerta posterior de la iglesia, retirándose de la congregación ricamente ataviada. Una pobre y desarrapada mendiga estaba parada en la cuneta al lado de la acera, con su pálida y famélica mano extendida, implorando silenciosamente por limosna. En cuanto los ricamente vestidos feligreses de la iglesia pasaban delante de ella, esquivaban a la pobre Magdalena, y las señoras corrían a un lado sus trajes de seda, sus mantos adornados con joyas, para que no los tocase y no fuesen contaminados por su roce.
...Fue entonces que apareció un marinero borracho que venía tambaleándose por la vereda de enfrente. En cuanto llegó a la altura de la pobre y abandonada muchacha, cruzó la calle hasta donde estaba parada, y, sacando algunos centavos de su bolsillo, él los depositó en su mano, acompañándolos con la siguiente exclamación: "¡Aquí, pobre maldita y abandonada, toma esto!" Un brillo celestial iluminó entonces la faz del ángel registrador que inmediatamente volcó en su tableta el acto de condolencia y caridad del marinero, y partió llevándolo como sacrificio a dios.
Una concreción, alguien podría decir, de la historia bíblica del juzgamiento de la mujer acusada de adulterio. Pero aún cuando así sea, con todo retrata con mano maestra el estado de nuestra sociedad cristiana.
Según la tradición, en la Víspera de Navidad los bueyes siempre pueden ser encontrados sobre sus rodillas, como estando en oración y devoción; y “había un famoso espino en el patio de la iglesia de la Abadía de Glastonbury que siempre brotaba en el día 24 y florecía en el día 25 de diciembre"; lo que, considerando que el día fue escogido por los padres de la iglesia al azar, y que el calendario se ha cambiado del antiguo al nuevo, ¡demuestra una perspicacia notable del animal y del vegetal! También hay una tradición de la iglesia, preservada hasta nosotros por Olaus, el arzobispo de Upsala, según la cual, en el festival de Navidad, "los hombres que viven en las localidades frías del norte, repentina y extrañamente se transforman en lobos; y que una multitud enorme de ellos se reúne en un lugar designado y se enfurecen ferozmente contra la humanidad, y que en esta época ella sufre más de sus ataques que de los lobos naturales."[3] Observado metafóricamente, esto parece ser, más que nunca, el caso de los hombres, y ahora particularmente de las naciones cristianas. No parece haber ninguna necesidad de esperar hasta la Víspera de Navidad para ver naciones enteras transformadas en "bestias salvajes"—especialmente en tiempos de guerra.
[1] [Vol. I, p. 313.]
[2] Este pasaje proviene del Anacalypsis de Godfrey Higgins, Vol. I, p. 314, donde atribuye estas palabras a Albertus Magnus y da como referencia el “Lib. De Univers.” – Compilador.
[3] [Olaus Magnus, A Compendious History of the Goths, Swedes and Vandals, and other Northern Nations. Traducido del original en latín, Londres, 1653. —Compilador.]
Diciembre, 1879, pp. 58-59
H.P. Blavatsky
Estamos alcanzando la época del año en que todo el mundo cristiano se está preparando para celebrar la más notable de sus solemnidades, el nacimiento del Fundador de su religión. Cuando este artículo llegue a sus suscriptores occidentales habrá festividad y regocijo en cada casa. En Europa Noroccidental y en Estados Unidos el acebo y la hiedra decorarán cada hogar y las iglesias estarán cubiertas con siemprevivas, una costumbre derivada de las antiguas prácticas de los druidas paganos “cuyos espíritus silvestres podían reunirse en las siemprevivas y permanecer intocados por la helada hasta una estación más templada”. En los países católicos romanos grandes multitudes se reúnen durante toda la tarde y la noche de la “Víspera de Navidad” en las iglesias, saludan imágenes de cera del Divino Niño y de su Madre Virgen, en su atavío de “Reina del Cielo”. Para una mente analítica, este desafío de rico oro y encaje, bordado de perlas, satén, terciopelo, y la cuna enjoyada, parecerá bastante paradójico. Cuando uno piensa en el pobre, carcomido, sucio pesebre de la posada judía en que, si damos crédito al Evangelio, el futuro “Redentor” fue colocado en su nacimiento por carecer de un refugio mejor, no podemos dejar de sospechar que, ante los ojos deslumbrados del sencillo devoto, el establo de Belén desaparece completamente. Para ponerlo en términos suaves, esta llamativa exhibición parece inapropiada de los sentimientos democráticos y el desprecio realmente divino por las riquezas del “Hijo del Hombre” quien no tenía “en donde apoyar su cabeza”. Se vuelve más difícil para el cristiano medio considerar la declaración explícita de que “es más fácil para un camello pasar a través del ojo de una aguja, que para un hombre rico entrar en el reino de los cielos”, como cualquier otra cosa que una amenaza retórica. La Iglesia Romana actuaba sabiamente al prohibir con severidad a sus feligreses leer o interpretar por sí mismos los Evangelios y dejando al Libro, imaginando que esto fuese posible, proclamar sus verdades en latín –“la voz que clama en el desierto.” En esto ha seguido a la sabiduría de las edades, la sabiduría de los antiguos arios quienes también son “justificados por sus niños”; pues, como ni el moderno devoto hindú entiende una palabra del sánscrito, ni el moderno parsi una sílaba del zend, así para el católico medio el latín no es más que jeroglíficos. El resultado es que los tres –el alto sacerdote brahmánico, el mobed zoroastriano, y el pontífice católico-, tienen ilimitadas oportunidades para desarrollar nuevos dogmas religiosos salidos de las profundidades de sus propias suposiciones, para beneficio de sus respectivas iglesias.
Para anunciar este gran día se hacen repicar alegremente las campanas a la medianoche, a través de Inglaterra y del continente. En Francia e Italia, después de la celebración de la Misa en iglesias magníficamente decoradas, “es habitual que los festejantes participen de una colación (réveillon) para que puedan soportar mejor la fatiga de la noche”, dice un libro que trata de los ceremoniales de la iglesia papista. Esta noche de ayuno cristiano recuerda a uno uno el Sivarâtri de los seguidores del dios Siva, - el gran día de tristeza y ayuno, en el undécimo mes del año hindú. Solamente en este último la larga noche de vigilia es precedida y seguida por un estricto y rígido ayuno. Nada de réveillons ni compromisos para ellos. En verdad, ellos son los perversos “paganos” y por lo tanto su camino hacia la salvación debe ser diez veces más duro.
Aunque ahora es universalmente observado por las naciones cristianas como el aniversario del nacimiento de Jesús, el 25 de diciembre no era originalmente aceptado como tal. De los más móviles entre los días festivos cristianos, durante las primeras centurias, la Navidad era frecuentemente confundida con la Epifanía, y celebrada en los meses de abril y mayo. Como nunca existió algún registro auténtico, o prueba de su identificación, tanto en la historia secular como en la eclesiástica, la selección de aquel día permaneció durante mucho tiempo siendo opcional, y fue solamente durante el cuarto siglo que, impulsado por Cirilo de Jerusalén, el Papa (Julio I) ordenó a los obispos que hicieran una investigación, y así es como finalmente se llegó a un cierto acuerdo sobre la fecha presumible de la natividad de Cristo. ¡Su opción recayó en el 25 de diciembre, y desde entonces se ha probado que ha sido la más desafortunada elección! Fue Dupuis, seguido por Volney, quienes asestaron los primeros golpes a este natalicio. Probaron que durante incalculables períodos antes de nuestra era, basados en datos astronómicos muy claros, casi todos los pueblos antiguos habían celebrado el nacimiento de sus dioses solares en ese mismo día. “Dupois dice que el signo celestial de la VIRGEN Y EL NIÑO existía desde varios millares de años antes del nacimiento de Cristo” –comenta Higgins en su Anacalypsis[1]. Como Dupois, Volney y Higgins pasaron todos a la posteridad como infieles y enemigos del Cristianismo, y bien podemos citar también, en esta relación, las confesiones del obispo cristiano de Ratisbona, “el hombre más instruido que produjo la Edad Media” –el dominico Alberto El Magno. “La señal de la virgen celestial se eleva sobre el horizonte en el momento en el cual fijamos el nacimiento del señor Jesucristo”, afirma[2]. También Adonis, Baco, Osiris, Apolo, etc., nacieron todos el 25 de diciembre. La Navidad llega en el momento del solsticio de invierno; los días entonces son más cortos, y es mayor la Oscuridad sobre la faz de la tierra. Se creía que todos los dioses solares nacían anualmente en esta época, porque desde ese momento en adelante la Luz disipaba cada vez más la oscuridad a medida que se sucedían los días, y el poder del Sol comenzaba a aumentar.
De este modo puede ser que, las festividades de Navidad que fueron llevadas a cabo por los cristianos durante casi quince siglos, hayan tenido un carácter particularmente pagano. Incluso, tememos que las actuales ceremonias de la Iglesia difícilmente puedan escapar al reproche de estar copiadas casi literalmente de los misterios de Egipto y Grecia, realizadas en honor de Osiris y Horus, Apolo y Baco. Tanto Isis como Ceres fueron llamadas “Vírgenes Santas” y un NIÑO DIVINO puede ser encontrado en cada religión “pagana”.
Ahora dibujaremos dos cuadros de Feliz Navidad; uno que retrata los “buenos viejos tiempos”, y otro, el estado presente de la adoración cristiana. Desde los primeros días de su establecimiento como Navidad, el día fue considerado desde la doble óptica de una sagrada conmemoración y de una festividad más alegre: fue igualmente determinada como de devoción, mérito y significado desmesurados. “Entre los divertimentos de la estación navideña estaban los banquetes denominados de tontos y de asnos, grotesca saturnalia, que eran designadas las ‘liberalidades de diciembre’, en que todo aquello que fuese serio era satirizado, el orden de la sociedad subvertido, y sus decencias ridiculizadas.” –dice un compilador de antiguas crónicas. “Durante la Edad Media fue célebre por el espectáculo fantásticamente alegre de los misterios dramáticos ejecutados por personajes con máscaras grotescas y trajes singulares. El show era usualmente representado por un niño en una cuna, rodeado por la Virgen María y San José, por cabezas de toros, querubines, Magos de Oriente (los Mobeds de antaño) y múltiples ornamentos.” La costumbre de entonar cánticos navideños, llamados carolas, era para recordar las canciones de los pastores en la natividad. “Los obispos y el clero se unían a menudo al populacho al entonar carolas, y las canciones eran estimuladas por danzas, y por la música de tambores, guitarras, violines y órganos…” Podemos constatar que aún en los tiempos presentes, durante los días que preceden la Navidad, tales misterios están siendo representados por marionetas y muñecos, en el sur de Rusia, Polonia y Galicia, siendo conocidas como el Koliadovki. En Italia, los trovadores calabreses descienden de sus montañas hacia Nápoles y Roma, y se aglomeran en las capillas de la Virgen María, alegrándolas con su música salvaje.
En Inglaterra, los festejos iniciaban usualmente en la víspera de la Navidad y continuaban frecuentemente hasta la Fiesta de las Candelas (2 de febrero) siendo cada día feriado hasta la décima segunda noche (6 de enero). En las casas de los grandes nobles era designado un “señor de la confusión”, o “abad de la locura”, cuyo deber era hacer el papel de bufón. “La despensa era llenada con capones, gallinas, pavos, gansos, patos, carne de vaca, cordero, cerdo, tortas, pasteles, nueces, ciruelas, azúcar y miel.” … “Un fuego intenso, hecho de grandes troncos, el principal de los cuales era designado ‘tronco de Yule’, o bloque de Navidad, el que podía arder hasta la víspera de la Fiesta de las Candelas, resguardaba del frío del exterior; y la abundancia era compartida por los súbditos del señorío en medio de la música, conjuros, enigmas, berberechos calientes, bromas de campo, chanzas, risas, juergas, juegos de prendas y danzas.”
En nuestros tiempos modernos, los obispos y los clérigos no se mezclan más con el populacho en carolas y danzas abiertas; y las fiestas de “tontos y asnos” son realizadas más en la sagrada privacidad que a la vista de los peligrosos reporteros de ojos agudos. Con todo, las festividades destinadas al comer y al beber se preservan a través del mundo cristiano; y, más muertes súbitas son causadas sin duda alguna por la glotonería y la intemperancia durante las fiestas de Navidad y Pascua, que en cualquier otro momento del año. Aun así, la adoración cristiana se torna cada año más y más un falso pretexto. La insensatez de este palabrerío fue denunciada innumerables veces, pero nunca, pensamos, con un toque más pleno de realismo que en un encantador cuento de ensueños que apareció en el diario New York Herald en la última Navidad: un viejo hombre, mientras presidía una reunión pública, dijo que aprovecharía la oportunidad para comentar una visión de que fuera testigo la noche anterior.
…El visualizó que se encontraba en el púlpito de la catedral más deslumbrante y magnífica que hubiese tenido oportunidad de ver. Ante él estaban el padre o pastor de la iglesia, y a su lado un ángel con una tableta y un lápiz en sus manos, cuya misión era hacer el registro de todo acto de adoración u oración que aconteciera en su presencia y que ascenderían como una ofrenda aceptable al trono de Dios. Cada uno de los bancos estaba ocupado con adoradores de ambos sexos ricamente ataviados. La música más sublime que jamás haya descendido sobre su embelesado oído llenó el aire con su melodía. Transcurrió todo el bello ritual del servicio de la Iglesia, inclusive un enaltecedor y elocuente sermón del talentoso ministro ya había acontecido, a costa de mucho sudor, ¡y el ángel registrador no había hecho aún ninguna anotación en su tableta! La congregación ya se despedía, dispensada por el pastor con una prolongada y bella oración, seguida por una bendición, ¡y el ángel aún no anotaba siquiera un signo!
...Siendo aun observado por el ángel, el orador dejó el salón por la puerta posterior de la iglesia, retirándose de la congregación ricamente ataviada. Una pobre y desarrapada mendiga estaba parada en la cuneta al lado de la acera, con su pálida y famélica mano extendida, implorando silenciosamente por limosna. En cuanto los ricamente vestidos feligreses de la iglesia pasaban delante de ella, esquivaban a la pobre Magdalena, y las señoras corrían a un lado sus trajes de seda, sus mantos adornados con joyas, para que no los tocase y no fuesen contaminados por su roce.
...Fue entonces que apareció un marinero borracho que venía tambaleándose por la vereda de enfrente. En cuanto llegó a la altura de la pobre y abandonada muchacha, cruzó la calle hasta donde estaba parada, y, sacando algunos centavos de su bolsillo, él los depositó en su mano, acompañándolos con la siguiente exclamación: "¡Aquí, pobre maldita y abandonada, toma esto!" Un brillo celestial iluminó entonces la faz del ángel registrador que inmediatamente volcó en su tableta el acto de condolencia y caridad del marinero, y partió llevándolo como sacrificio a dios.
Una concreción, alguien podría decir, de la historia bíblica del juzgamiento de la mujer acusada de adulterio. Pero aún cuando así sea, con todo retrata con mano maestra el estado de nuestra sociedad cristiana.
Según la tradición, en la Víspera de Navidad los bueyes siempre pueden ser encontrados sobre sus rodillas, como estando en oración y devoción; y “había un famoso espino en el patio de la iglesia de la Abadía de Glastonbury que siempre brotaba en el día 24 y florecía en el día 25 de diciembre"; lo que, considerando que el día fue escogido por los padres de la iglesia al azar, y que el calendario se ha cambiado del antiguo al nuevo, ¡demuestra una perspicacia notable del animal y del vegetal! También hay una tradición de la iglesia, preservada hasta nosotros por Olaus, el arzobispo de Upsala, según la cual, en el festival de Navidad, "los hombres que viven en las localidades frías del norte, repentina y extrañamente se transforman en lobos; y que una multitud enorme de ellos se reúne en un lugar designado y se enfurecen ferozmente contra la humanidad, y que en esta época ella sufre más de sus ataques que de los lobos naturales."[3] Observado metafóricamente, esto parece ser, más que nunca, el caso de los hombres, y ahora particularmente de las naciones cristianas. No parece haber ninguna necesidad de esperar hasta la Víspera de Navidad para ver naciones enteras transformadas en "bestias salvajes"—especialmente en tiempos de guerra.
[1] [Vol. I, p. 313.]
[2] Este pasaje proviene del Anacalypsis de Godfrey Higgins, Vol. I, p. 314, donde atribuye estas palabras a Albertus Magnus y da como referencia el “Lib. De Univers.” – Compilador.
[3] [Olaus Magnus, A Compendious History of the Goths, Swedes and Vandals, and other Northern Nations. Traducido del original en latín, Londres, 1653. —Compilador.]
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario